jueves, diciembre 18, 2025
 

Biopellet, la apuesta del INTA que convierte residuos en un fertilizante capaz de regenerar suelos y cambiar el manejo agrícola

El desarrollo, creado junto al Conicet con insumos del Parque de Tecnología Ambiental de San Juan, busca ofrecer una alternativa accesible a los fertilizantes químicos y abrir un mercado regional de más de 345.000 hectáreas.

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La gestión del suelo se volvió uno de los grandes desafíos de la agricultura actual. En regiones como Cuyo, donde la producción convive con limitaciones hídricas y ambientes frágiles, la presión sobre la fertilidad se siente cada vez más. Años de esquemas intensivos, combinados con una dependencia creciente de fertilizantes químicos, dejaron una pregunta abierta que hoy atraviesa a productores, técnicos e investigadores por igual: cómo sostener o mejorar la productividad sin seguir degradando el suelo ni depender de insumos cuyo costo se vuelve, en muchos casos, difícil de afrontar.

En paralelo, otro problema crece silenciosamente lejos del lote, pero dentro de la misma cadena productiva. Los residuos agroindustriales se acumulan y requieren gestión, infraestructura, energía y recursos públicos y privados para ser tratados. No son solo un dato ambiental: representan un pasivo económico que suele quedar invisibilizado cuando se habla de competitividad y eficiencia.

Es en la intersección de estos dos desafíos —la necesidad de suelos más sanos y la presión por gestionar residuos— donde un equipo del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria, organismo público clave en el desarrollo tecnológico para el agro, y del Conicet, principal institución de ciencia del país, decidió intervenir con una propuesta concreta: transformar ese pasivo en un insumo estratégico para la producción.

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De compost local a biofertilizante: qué es Biopellet y cómo se produce

La respuesta tomó forma en Biopellet, un biofertilizante pelletizado desarrollado a partir de compost local producido con residuos agroindustriales del Parque de Tecnología Ambiental de San Juan, un complejo dedicado al tratamiento y valorización de desechos de la región. Bajo un modelo explícito de economía circular, el material que antes era un costo de gestión se convierte en la base de un insumo agrícola con impacto directo en la calidad del suelo.

Biopellet incorpora materia orgánica, nutrientes y microorganismos beneficiosos, una combinación pensada para actuar de manera simultánea sobre la estructura física, la dinámica química y la vida biológica del suelo. Lejos de ser un agregado marginal, la materia orgánica es el componente que mejora la formación de agregados, contribuye a la retención de agua y amortigua variaciones en la disponibilidad de nutrientes. Los microorganismos, por su parte, participan en procesos que facilitan la liberación y el reciclaje de esos nutrientes, mientras que los elementos minerales presentes en el compost aportan directamente a la nutrición de los cultivos.

Luis Bueno, investigador del INTA San Juan, sintetiza el corazón del proyecto al afirmar que con Biopellet buscan dar respuesta a una demanda concreta: mejorar la fertilidad de los suelos sin recurrir a estiércol crudo y con una alternativa más accesible que los fertilizantes químicos. Esa frase refleja la doble tensión que atraviesan muchos sistemas productivos: por un lado, la necesidad de reconstruir la salud del suelo, y por otro, la urgencia de encontrar opciones económicamente viables frente a los insumos sintéticos tradicionales.

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El formato importa: por qué el pellet cambia la forma de manejar un biofertilizante

Biopellet no es solo una formulación distinta, sino también un formato distinto. El producto se presenta pelletizado, es decir, en pequeñas unidades compactas y homogéneas que permiten dosificar y aplicar el biofertilizante con mucha más precisión que un compost a granel o un estiércol crudo. Esa decisión técnica tiene consecuencias directas en el manejo cotidiano del productor.

Emanuel Ontivero, biólogo del Conicet y del INTA, lo expresa con claridad cuando destaca que el formato pelletizado revoluciona el manejo porque es más práctico para el productor y asegura la distribución homogénea en el campo. Además, subraya que este formato facilita transporte, almacenamiento y aplicación, con ventajas por sobre otros bioinsumos. En términos concretos, la pelletización permite que Biopellet pueda entrar en el esquema de trabajo del campo con la misma lógica con la que se manejan muchos fertilizantes granulares: con equipos conocidos, recorridos de aplicación similares y una logística más ordenada.

La homogeneidad del pellet ayuda a que el productor sepa con mayor precisión cuánto producto está aplicando y cómo se distribuye sobre el suelo. Esto es clave cuando se apunta a una agricultura regenerativa que construya fertilidad de manera gradual, porque permite diseñar planes de manejo sostenidos en el tiempo y adaptados a cada sistema y cultivo.

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Ensayos a campo: cómo respondió el suelo en tomate, vid, forrajes y hortalizas

Uno de los puntos centrales del desarrollo fue la validación en condiciones reales. Biopellet fue ensayado a campo en cultivos representativos como tomate, vid, forrajes y diversas hortalizas. En estos sistemas, el producto demostró un impacto concreto: al incorporar materia orgánica, nutrientes y microorganismos beneficiosos, logró mejorar la estructura del suelo, incrementar la disponibilidad de nutrientes y favorecer la productividad de los cultivos.

Mejorar la estructura del suelo no es un concepto abstracto. Implica, entre otras cosas, sumar porosidad, favorecer el movimiento del agua y del aire, y crear un entorno más favorable para las raíces. Cuando a esa mejora física se suman nutrientes más disponibles y microorganismos activos, el resultado es un sistema más eficiente, capaz de sostener mejor los ciclos productivos y de responder con mayor resiliencia frente a condiciones climáticas exigentes.

Los ensayos en tomate y hortalizas muestran el potencial del producto para los sistemas intensivos, donde cada campaña implica una alta extracción de nutrientes y una fuerte presión sobre el suelo. En la vid y los forrajes, Biopellet se inserta en esquemas perennes o de mediano plazo, donde la construcción de fertilidad y la estabilidad del suelo son claves para sostener la producción año tras año.

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Economía circular aplicada: de residuos agroindustriales a insumo de bajo costo

Más allá del lote, Biopellet tiene un impacto directo en la forma en que se conciben y gestionan los residuos agroindustriales. Al elaborarse con materiales procedentes del Parque de Tecnología Ambiental de San Juan, el desarrollo se ubica de lleno en un modelo de economía circular: lo que antes era un pasivo que demandaba recursos para su tratamiento se convierte en un insumo productivo que vuelve al territorio en forma de fertilidad.

Según explicó Luis Bueno, el hecho de trabajar con residuos agroindustriales locales permite promover la economía circular y, al mismo tiempo, ofrecer una alternativa de bajo costo que facilita el acceso a prácticas de agricultura regenerativa. Es decir, el producto no solo se integra en un esquema técnico sustentable, sino que también se propone como herramienta para democratizar el acceso a este tipo de manejo, sobre todo para productores que no pueden sostener un uso intensivo de fertilizantes químicos.

Carlos Núñez, economista que forma parte del proyecto, lo plantea en términos productivos y sociales al afirmar que el objetivo es transformar un pasivo en un insumo estratégico para la producción, generando empleo local y potenciando la competitividad de los productores. Esa mirada pone en el centro un cambio estructural: los residuos dejan de ser solo un problema de gestión para convertirse en el punto de partida de nuevos encadenamientos productivos y oportunidades de trabajo.

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Un mercado inicial de 345.000 hectáreas y la ambición de escalar

Las proyecciones que maneja el INTA muestran que Biopellet no es un desarrollo pensado para un nicho reducido. Según sus estimaciones, el mercado inicial en Cuyo abarca más de 345.000 hectáreas con potencial de adopción inmediata. Esa superficie reúne sistemas productivos donde la combinación de suelos exigidos, necesidad de mejorar la fertilidad y presión por reducir costos de insumos crea el escenario ideal para soluciones de este tipo.

Pero el proyecto no se detiene en esa escala regional. La meta es avanzar hacia una planta de gran capacidad que permita escalar la producción y abastecer tanto a productores locales como a mercados regionales e internacionales. Una instalación de este tipo consolidaría el modelo en dos frentes: por un lado, aseguraría el volumen de producción necesario para acompañar una adopción más masiva; por otro, reforzaría la integración entre gestión de residuos, transformación industrial y uso agropecuario del producto.

En un contexto global donde los mercados empiezan a mirar con más atención el origen y la huella de los insumos utilizados en los alimentos, contar con un biofertilizante basado en residuos valorizados, respaldado por un organismo como el INTA y desarrollado junto al Conicet, puede convertirse en un diferencial competitivo para las cadenas de valor de la región.

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El rol del INTA: ciencia aplicada para la agricultura que viene

En la historia de Biopellet se reconoce con claridad la forma de trabajo del INTA: conectar ciencia y producción, identificar problemas concretos del territorio y desarrollar soluciones que puedan ser apropiadas por productores reales, en campos reales. El vínculo con el Conicet suma a esa lógica la potencia de la investigación científica de base, en un diálogo que permite que conceptos como economía circular y agricultura regenerativa dejen de ser eslóganes y se traduzcan en tecnologías específicas.

Luis Bueno lo resume de manera directa al afirmar que este desarrollo refleja el rol del INTA en vincular ciencia y producción, ofreciendo soluciones prácticas que fortalecen la agricultura del futuro. Biopellet condensa esa idea: es una tecnología que nace de un problema concreto —la gestión del suelo y de los residuos agroindustriales—, se valida en el campo con cultivos como tomate, vid, forrajes y hortalizas, y propone un camino para que la bioeconomía tome forma tangible en la escala regional.

Al transformar residuos en fertilidad, costos en valor y pasivos en oportunidades, Biopellet deja planteado un mensaje claro: la innovación en agricultura no pasa solo por sumar más insumos, sino por rediseñar los flujos de materia y energía que ya existen en el sistema. En ese rediseño, la economía circular y la agricultura regenerativa se encuentran, y la ciencia pública ocupa un lugar central para que esa unión no quede en el discurso, sino que llegue, pellet a pellet, al suelo donde todo empieza.

 
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